Cada uno elige en quién y en
qué creer. Para mí basta ver la naturaleza en toda su magnitud, contemplar la
perfección en cada expresión de vida, la belleza del paisaje, incluso el
desafío de ciertos fenómenos naturales, como las tormentas y los terremotos.
Todo es parte de un plan perfecto elaborado por un ser increíblemente creativo
a quien sin duda alguna le gusta la variedad. Basta ver su poder en las olas
del mar y en los fuertes vientos; y a la vez sentir como te abraza con ternura
con la misma brisa marina bajo una puesta de sol.
Dios es creativo y con su
creatividad motiva a que nosotros, seres creados a su imagen y semejanza,
despertemos también esa magia interior que nos impulsa a crear.
Si bien hablar
de Dios no es encasillarlo bajo una sola perspectiva, quienes creemos en su
existencia, lo vemos como una fuerza espiritual única que trasciende todo
nuestro entendimiento. Una fuerza que dirige nuestra vida y nos mantiene a
flote en situaciones adversas.
Particularmente, soy católica,
fiel creyente que sólo la FE en Dios, puede sostenernos para seguir adelante en
momentos en que no vemos la salida. Pero no siempre fue así. Crecí en una
familia donde nuestro único contacto con Dios, era la oración antes de dormir o
los domingos cuando asistíamos a la iglesia. Momentos en los que podía pedir,
no sin antes agradecer, salud para mi familia, trabajo para mi padre, o lo que
necesitara puntualmente esos días. Así
de simple y de mecánico. Repetía las oraciones aprendidas por mi abuela materna
principalmente, o en el colegio, por supuesto católico también; pero no
entendía su significado ni su valor. Y tampoco era consciente de la magnitud de
toda su creación.
No había convicción y por lo
tanto, mi FE no era genuina. Creía en Dios porque debía hacerlo, era una norma
impuesta desde pequeña pero sin sentirlo realmente.
El tiempo fue pasando y formé
mi propia familia. Para ese entonces ya estaba alejada de todo ese ritual
católico porque como todo lo que no se lleva por dentro sinceramente, se va
dejando en el olvido. Pero aún así no
desapareció.
Tuve dos hijos, a los que
bauticé según mi religión y a los que también inscribí en colegios católicos,
mucho más practicantes y fervientes que aquel en el que estuve yo misma.
Imagino que en ese momento buscaba inconscientemente que Dios no me dejara. Que
a pesar que yo hubiera puesto distancia entre los dos, EL no lo hiciera. Tiempo
después, comenzaron los problemas y luego de años de lucha por sacar adelante
un matrimonio que en realidad no tenía sentido, ni siquiera para la misma
iglesia, me di por vencida; y me divorcié.
El divorcio me sacudió, puso
mi vida de cabeza, pero a la vez me dio la oportunidad de volver a verme a mí
misma de otra manera. Reconocer las malas decisiones y asumir sus consecuencias
siempre cuesta, y mucho, pero es la única forma de volver a empezar con más
claridad.
Verme a mí misma con dos
hijos pequeños, de 8 y casi 4 años, me hizo aceptar que necesitaba de toda mi
fortaleza para salir adelante y, sola no podía.
Increíble que fuera el
divorcio una de las primeras razones para volver a buscar a Dios, y de manera
genuina. Recordando ese episodio de mi vida, sonrío cuando alguien me comenta
que los divorciados están lejos de Dios, que Dios sólo quiere matrimonios bien
establecidos, que continúen juntos a pesar de todo el sufrimiento que ambas
partes se puedan generar.
No lo creo. Dios como nuestro
padre, quiere nuestro bienestar. Quiere vernos felices. Claro está, que el amor
de pareja es entrega constante y sacrificio, pero también lo es el respeto y
cuidado que cada uno tiene con el otro. Si bien el divorcio no es la solución a
los problemas de pareja, a veces es la única salida ante una situación
inaceptable como lo puede ser el maltrato físico, psicológico y/o verbal.
Descubrir un Dios de amor,
como el que yo anhelaba que existiera y pedirle que cuidara de mis hijos y de
mí misma, y que me mantuviera fuerte para seguir siendo jefe de familia, fue lo
que me ayudó a renovar mi FE.
Estoy segura que todas las
cosas buenas y no tan buenas que vinieron después, fueron regalos divinos: La
gente maravillosa que conocí luego, mis grandes amigas del colegio a las que
volví a encontrar después de años, las nuevas amigas que hice en el colegio de
mis hijos y las oportunidades laborales que surgieron, que me permitieron pagar
mis cuentas, fueron algunos de ellos.
Pero no todos los regalos
fueron paquetes de alegría.
Felizmente, mi FE en Dios
estaba afianzándose cuando mi padre enfermó y se fue en menos de un mes. Ese
fue otro duro acontecimiento que me demostró el gran amor de Dios y su
presencia en cada espacio de mi vida.
No visitaba mucho a mis
padres en ese entonces, por lo que la enfermedad de mi padre cayó casi de
sorpresa. No tuve tiempo para analizar mucho mi distanciamiento y sólo me
limité a estar presente, durante casi todo el mes en que vi a mi padre
deteriorarse con la enfermedad. Era increíble ver a ese hombre fuerte, al que
muchas veces creí tan soberbio, tan indefenso y apagándose cada día. El amor
hacia él volvió a su lugar, no había rezagos de resentimiento, sólo compasión
hacia él y preocupación por mi mamá, para que se mantuviera fuerte durante esos
días en que acompañaba a mi padre. Conversaba con Dios todos los días, le pedía
fortaleza, no le pedía que lo sanara, creía era algo que estaba ya descartado, no
sé por qué lo creía así, porque para Dios no hay imposibles, pero en ese
momento algo me decía que no era una posibilidad, por lo que sólo pedí fuerzas
para mantenerme en pie. Como si fuera poco, la situación económica de mis
padres era complicada, el dinero se acababa, felizmente contaban con el seguro
médico del trabajo de mi hermano, pero habían exámenes que no estaban
cubiertos. La respuesta de mis oraciones cayó como un bálsamo. Tenía a mi familia
entera reunida, tías, primos, cariñosos y preocupados. TODOS y cada uno de
ellos nos brindaron su apoyo en distintas formas. Ver a mi tía, hermana de mi
padre, llegar a la clínica con el almuerzo preparado por ella misma para mi
mamá todos los días, era como ver un ángel enviado por Dios. Creo que nunca se
lo he dicho, pero ese sólo gesto que tuvo con mi madre durante ese mes, fue una
de las demostraciones de amor más reales que he visto en mi vida.
Pero la mayor prueba de amor
de Dios la tuve una tarde de domingo que nunca olvidaré. Regresaba del cine con
mis hijos cuando me senté en la sala de mi casa y comencé a llorar sin parar,
era incontrolable, pareciera que lloraba todo lo que no podía durante mis horas
en la clínica. Fue entonces que mi hijo Nicolás de 8 años me vio y luego
desapareció, regresó en menos de dos minutos con una hoja que tenía una
dedicatoria para él con la firma de un jugador peruano (famoso) de fútbol y me
dijo: “mamá no estés triste. ¿Recuerdas este autógrafo? Mi abuelo me lo
consiguió una tarde cuando se encontró con Pizarro. Esto va a hacer que siempre
me acuerde de mi abuelo. Haz tú lo mismo, recuerda cuando eras chiquita y todos
los momentos que pasaste con él.” Obviamente lloré más y lo abracé tan fuerte
sin pode hablar. Luego se fue a jugar como cualquier niño de 8 años.
Tan simple y tan profundo a
la vez. Así es el amor de Dios, que nos llega de maneras inimaginables y se
puede tocar y sentir por medio de palabras que nos tocan el alma, de abrazos
que nos confortan, demostraciones de amor invalorables. Es como si EL mismo nos
abrazara y nos dijera “tranquila, vas a estar bien.”
Han pasado más de once años
desde ese día y puedo decir que volví a estar bien. Y no solo volví a estar bien, sino además
mucho más fuerte y a la vez más consciente de todo lo que me rodea.
Me volví a enamorar y me
volví a casar hace casi tres años. Un regalo de Dios también, quizá uno de los
mayores regalos porque llegó cuando ya había tirado la toalla. Cuando estaba
resignada a vivir sin un compañero. “No me tocó”, pensaba. Y finalmente no lo
necesitaba, porque tenía ya todo el amor que pudiera desear. Pero como Dios es
creativo y le gusta dar sorpresas, apareció en mi vida un hombre maravilloso,
un compañero leal, alguien tan especial y tan perfecto para mí, que pensé que
no existía. Con quien tengo la plena certeza que quiero pasar el resto de mi
vida.
Hoy tengo una familia más
grande y más feliz, y aunque la convivencia nunca es un lecho de rosas, sé que
esta vez elegí bien. Y sé que elegí bien por estar más alerta y dispuesta a
dejarme guiar por ese Ser Supremo. Porque a partir del momento en que lo volví
a encontrar ya no lo quise soltar. Hoy siento que Dios llena todos mis espacios
y lo veo en todas mis actividades, con mi familia, con mis amigos, con mi
trabajo, con el voluntariado que elegí para servir, EL está presente siempre.
Sonrío cuando recuerdo lo
lejos que estaba cuando oraba repitiendo sin conocer el significado de las
oraciones. Hoy mis oraciones son conversaciones, más simples y genuinas.
Hoy le doy significado a cada
palaba porque lo siento en el corazón. Vivo y tan presente, como el amor
verdadero. El que te alegra el alma al despertar y te abraza en el más dulce de
los sueños.
Hoy también respeto y creo
que cada uno tiene su propia conexión con Dios y lo siente desde su perspectiva
personal. Porque Dios es creativo hasta para saber cómo conectar con cada uno y
nunca usará la misma ruta para todos.
Suerte e inspiración y hasta
la próxima!